jueves, 10 de enero de 2013

MÁS TALLER... con amor


El taller de las coincidencias

Ese día abrí el correo y me encontré con un mail que promocionaba un taller de escritura: “Taller de la palabra”.
Ya hacía rato que andaba queriendo hacer algo de eso, porque necesitaba saber qué hacer con todas esas sensaciones que me bullían dentro. Había averiguado en un par de lugares pero no terminaba de arrancar.
Lo primero que advertí fue que la coordinadora tenía el mismo apellido que una amiga de la infancia que había reencontrado en el Facebook hacía un tiempo. El apellido mi amiga era Macía con C no con Z.
Enseguida me pregunté de dónde habría sacado mi mail.
Observé que el primer destinatario era, justo, un amigo de un colega a quien le había comentado, el día anterior, que tenía ganas de hacer un taller de escritura.
Entonces, le escribí preguntándole:
—¿Fuiste vos o las musas quienes le dieron mi mail?
La respuesta no se hizo esperar:
—¡Habrán sido las musas porque yo no fui!
Y me mandé, nomás, a ver de qué se trataba, y así conocí a Ana Silvia.
Descubrimos primero, que tenemos una amiga en común, de la cual tomó prestado mi mail, y el de la otra persona que aparecía en el remitente, con lo que se develó el misterio de las musas...  Igual fue mágico.
Con el tiempo, encontramos otro amigo en común con el cual compartimos, ambas, distintos espacios: yo desde el psicoanálisis -porque es psicólogo- , y Ana desde la escritura, porque también es poeta.
Cuando comencé, el taller se hacía en un bar de Independencia y Av. La Plata.
Desde el bar se podía ver un edificio cuyos balcones, decorados con azulejos de colores, me remitieron, tanto a la época de la facultad -unas cuadras atrás por Independencia- como al departamento donde viví de recién casada, -unas cuadras hacia adelante por J.B. Alberdi-
En ese bar, conocí a los antiguos integrantes del grupo:
Norma, que tiene la virtud de describir maravillosamente diversos pasajes de su vida.  A mí también me gusta escribir relatos de ese tipo, pero ella logra darles ese toque de emoción que los hace atrapantes.
Con Lucas comparto la pasión por la ciencia ficción y me deleito con sus historias sobre mundos paralelos, duendes, viajes interplanetarios y encuentros cercanos del tercer tipo.
También anduvieron por el bar una chica que estaba haciendo un cuento de ciencia ficción  y aventuras para niños, y Santi, que nos deleitaba con poemas tan bellos como nostálgicos.
El colmo de las coincidencias, fue aquella tarde en la que Ana presentó a una nueva integrante.
Algo me sonaba: su nombre, su voz, hasta que un par de referencias bastaron para que nos diéramos cuenta de que…¡habíamos trabajado en la misma institución!
Y eso no sería nada, porque es una institución muy grande; la verdadera casualidad fue que habíamos compartido durante un breve tiempo, en ese organismo,  una actividad harto insólita, -para el espacio donde trabajábamos-, como un rosal en el desierto. Y ahora, varios años después, estábamos las dos compartiendo una actividad más que alejada de la función que ejercíamos en esos años. ¡Qué pequeño es el mundo!
En cuanto a Ana, a medida que  fui conociendola advertí que coincidimos mucho en la forma de pensar… salvo por Dolina. A Ana no le gusta Dolina,  y a mí sí me gusta él y su melancólico Angel Gris, pero... bueno, nadie es perfecto.
Por eso yo digo que mi taller de escritura, es el taller de las coincidencias.  De las maravillosas coincidencias.
Allí compartimos, -todo mezclao como en el tango- cuentos, mate, poemas, tecitos, pasajes de nuestra vida, técnicas y alguna que otra comidilla. Donde lo único light, es el mate.
Y juro que, mientras pueda, voy a seguir disfrutándolo.

Susana Ruetinger  19-12-12

 

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, soy anónimo, ¿y qué?