sábado, 5 de mayo de 2012

¡VUELVEN LAS ANÉCDOTAS DE TAXI DANCER!

O... "Todo queda en familia"



Anécdotas de Un Taxi Dancer I
                                                                            
Imagínense la escena: baño de milonga bastante conocida. La milonga aún está cerrada. Uno entra, educadamente levanta la tabla, enciende la luz y, en ese momento, una rata del tamaño de un gato de tres meses, tan sobresaltada como uno mismo, deja lo que sea que estaba haciendo y sale disparada por entre las piernas de uno, que no sabe qué hacer primero: si gritar, patearla o guardar lo que tiene entre manos, por así decir. Segundos después, mientras uno, aún con taquicardia, intenta terminar lo que había empezado, la rata decide que dentro del baño está mejor (o quiere dar un último saludo, quién sabe), volviendo a sobresaltarlo a uno, que ya no sabe cómo calmar el cuore. Finalmente, el cuadrúpedo decide salir de escena, no sin antes dar unos graciosos saltitos al costado del inodoro en un insoportable alarde de agilidad. Y uno, que sale salpicado y con las pulsaciones a mil, pero con su  mejor cara de póker, tratando de mantener la imagen de recio milonguero.
No se gana para sustos...


Anécdotas de Un Taxi Dancer II

Día de semana, alrededor de las once de la noche, puerta de la centenaria Confitería Ideal, a la espera de que llegue R., la dama inglesa que hace de intermediaria entre las clientas/pasajeras y los taxi dancers.
Como siempre desde que empecé con esto, me pregunto cómo será la que me toque en gracia. Sé, por lo que ella me adelantó por teléfono, que son dos señoras "mayores", norteamericanas. Cuando por fin llega, nos presenta: mi compañero de yugo es un sesentón bronceado ex profe de tae kwon do. Las dos damas en cuestión SON, sin duda, norteamericanas -de Carolina del Norte o Virginia del Sur, o al revés, y definitivamente "mayores", pero, eso sí, vestidas como jóvenes milongueras cool y con muchas cirugías estéticas.
R., antes de presentarnos, cobrarles, pagarnos e irse alegremente, me avisa algo que me hace correr un sudor frío por la espalda: las señoras tienen una energía un poco, digamos, depresiva.
Mm... Ajá.
Entramos, nos sentamos, conversamos... poco, porque no hay de qué y además el acento es un poco pastoso y, finalmente, bailamos. Eeh, no, buenas bailarinas no son, lindas tampoco y jóvenes menos, aunque habrán sido ambas cosas alguna vez. No, tampoco es el mejor baile de mi vida pero... en fin, para eso estamos.
Pasa, lento, el tiempo y mi sentimiento original de patetismo, ese que genera el tristemente famoso "qué hace un muchacho como yo en un lugar como éste", combinado con un toque de pena, se transforma en alarma cuando descubro que "la que me toca en gracia" acaba de dejar el agua y le empieza a entrar al vino. Entonces, suceden dos cosas: una, que su equilibrio, ya de por sí precario, se torna INESTABLE GRADO III, y dos, que empieza a ponerse, eh... un poquitín coqueta, y mi alarma se vuelve pánico y ganas de que las tres horas se terminen YA.
Último tango de la última tanda, de los últimos quince minutos previos a la ansiada libertad, la luz al final del túnel. Esquina derecha de la pista, cerquita del escenario y hasta de la mesa donde estamos sentados los cuatro, como para que ni siquiera tenga que molestarse en caminar demasiado, cambiarse los zapatitos y a casita... o al hotel, qué sé yo.
Los acontecimientos se precipitan -nunca mejor dicho- y, parafraseando a Murphy, lo que tiene que pasar, pasa:
El alcohol, la hora, la edad, el cansancio, alguna silla traicionera, lo cierto es que algo no está funcionando bien porque de pronto la vertical se transforma en diagonal descendente, se oye un "¡Ayayayay!" en inglés, que suena bastante parecido y. al piso. Entiéndanme bien: no es una simple caída, es un derrumbe, o más bien un hundimiento, tal como de debe haberse hundido el HMS Titanic hace casi cien años, arrastrando a un humilde servidor a los abismos de la ignominia y la humillación. Por módica suerte, tal vez por la ubicación relativa en la pista, parece que no demasiada gente se da cuenta del accidente, al menos por las caras de "perro que tiró la olla", o de "perro que está siendo sodomizado por otro perro", no sé si alguna vez se fijaron. Sólo aparecen un par de personas para ayudarme a levantar el muerto, con perdón por la comparación. Una vez recuperada la vertical, la venerable señora se apura a farfullar "I'm fine, I'm fine", lo cual en castizo quiere decir:
"Estoy bien, y no gracias a vos, pedazo de bestia, abusador de señoras en desgracia, sádico, mal tipo y mal bailarín...". 
Bueno, eso es lo que yo me imagino, pero parece que no, porque unos días después las damas deciden que quieren volver a bailar con nosotros, o sea el sesentón bronceado, ex émulo del Karate (Old) Kid Daniel San, y el purrete castigador.
Mirá vos.
Los caminos del Señor son insondables...

dice Marcelo Alejandro Mazía
(lee  A.S.M.)

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