lunes, 4 de enero de 2010

Te cuento un duelo

Sigo:

Estaban estos dos viejos mostrándose sus cicatrices y recordando el origen de cada una.
Sin querer, se pusieron a competir, a ver quién de los dos había tenido aventuras más feroces, más audaces.
Se enardecieron con la competencia y, siempre sin querer, fueron sacándose la ropa para mostrarse las más ocultas.
Quedaron en cueros, bajo la luna, discutiendo a los gritos.

¿Te animás a contar el final?
Concursás por una, dos o tres barras de auténtico chocolate para taza.

8 comentarios:

Luisa Axpe dijo...

La furia los cegaba, y los insultos eran cada vez más feroces. Estaban muy cerca el uno del otro, podían sentir en la cara el aliento de sus bocas sin dientes. No tenían fuerza y lo sabían, pero todavía les quedaban las uñas. Al unísono, flexionaron los brazos mostrándose la palma de las manos, los dedos también flexionados, amenazando con descargar el primer arañazo. Al unísono también, cayeron en la cuenta: una herida más en el rival, sería la derrota.

Anónimo dijo...

me gusto lo de Luisa!

Anónimo dijo...

Jose, el mas viejo, no pudo contener la bronca y largo el primer manotazo que cayo pesado sobre el cuello de Hermenegildo. Lo rivalidad entre ambos databa de cuarenta y tantos anios cuando Hermenegildo le robo el primer beso a la Rosaura...sabiendo lo que Jose sentia por ella. No habia otra como ella en leguas...ni como ella ni como ninguna...ya que en ese paraje del centro del chubut las unicas mujeres eran las hijas de los puesteros...y las mas hacian las veces de amantes de sus mismos progenitores...Lo de Hermenegildo estuvo mal. Jose se volvio un adulto al calor de su rencor por ese beso robado...Pero, tenia que trabajar con el...ahora ya entrados en sus sesenta y largos el miedo de perder el puesto era menor a la bronca acumulada...
Continuara

Anónimo dijo...

Esta locura iba a continuar. De repente pasa por la plaza un niño. Era chiquito, sucio, descalzo. Los mira y en sus ojitos se dibuja una pregunta¿que le pasa a la gente? Los viejos avergonzados lo llaman y le regalan los zapatos. Para mi papá dice el pibe. Despacito se visten, vuelven a sus casas, charlando de otras cosas...." Que mal que esta el país......dice uno y el otro asiente. Pronto volverán con sus discusiones en otro lugar, Siempre lo mismo.

Anónimo dijo...

Los gritos eran cada vez más altos, hasta que de repente como por arte de magia, se dieron cuenta que hacía un buen rato que ya ninguno de los dos se escuchaba.
Entonces en silencio y con algo más que vergüenza, comenzaron a mirarse los cuerpos, y ver ahora sí, las cicatrices del otro. Cada herida tenía su historia, y cada cuento su experiencia, y a pesar del dolor, también había sacado algo bueno de ellas. Todo en su conjunto los había llevado allí, a ese lugar, a esa noche de luna cómplice, donde también recordaron la cicatriz de la soledad, la herida de estar solos, tal vez, por no saber escuchar, por estar sordos, por recordar el pasado, anidar en el, y no construir un futuro.
Y no sé por qué encanto del lucero, a pesar de sus años se vieron sensuales, atractivos y con frío. Entonces decidieron darse una nueva oportunidad y ante la vista de los curiosos, se amaron como ya no recordaban, unieron sus heridas y decidieron hacer un nuevo mundo juntos…


G.A

susy-mimita dijo...

Tanto gritaron que la rabia les impidió ver que a su alrededor se iban juntando
las gentes. Al percibir el escándalo, se abrazaron con suma vergüenza y en ese abrazo se reconocieron como hermanos.

Anónimo dijo...

Pasó por ahí alguien como ellos, pero mujer, una mendiga. Los miró, los escuchó, vio sus cicatrices, se horrorizó con sus historias, se tapó los oídos ante los gritos más desgarrados y los hechos más dolorosos. Sufrió por lo que habían sufrido ellos, se dolió por sus cicatrices, pero no mostró nunca las suyas. Ante su llanto y su cara que expresaba un dolor profundo por lo que los dos viejos sentían, ellos la miraron, se miraron, dijeron "mujeres...", se vistieron y se fueron.
Silvia de Don Torcuato.

Anónimo dijo...

Tras la discusión, el más anciano de ellos, del cual no recuerdo su nombre, cayó de rodillas y se tomó la cabeza con sus manos avejentadas. El otro lo miró sorprendido y aunque ya se sentía vencedor ocultó su orgullosa herida debajo de la manga de la camisa.
Su amigo sollozaba y encorvaba su cuerpo débil y cansado hacia la tierra.
- Traicioné a mis hijos ¡entendés! – dijo sin poder mirar al otro que lentamente se le acercaba- Nunca pude decirles lo que hice con su madre. Yo… nunca…
Se cruzaron las miradas con repentino aumento de interés y concluyó su relato – ¡Esa herida no te la puedo mostrar hermano!-.
Una bruma densa, espesa, más segadora que la noche empañó aquella luna llena. No se disolvía ni se movía. Más bien parecía envolverlos como algo sólido.