Primera quincena de junio, post-cumpleaños, malaria.
Sábado de otoño a esa hora imprecisa entre la tarde y la noche. Ha llovido y hay una humedad caldosa. Recibo un llamado de E., fundador de la gloriosa institución Taxi Dancer, en sociedad (y, parece, también en pareja; lo deduzco
porque él le dice “suiti” -versión autóctona de Sweetie- por no decirle “cosita”) con R., la dama inglesa ya
mencionada, que anda de viaje por los pagos de la Reina Madre.
E... (¿cuál
será su apellido que, con su aspecto de morocho argentino, hace referencia a
los colores de nuestros taxis -los de cuatro ruedas, no los de bailar-? Sí, sí,
ése.) me dice que una señorita requiere mis servicios. De baile, se
entiende. Que debo encontrarme con ella en el Social Rivadavia, un “bailable”de Floresta. Y a medianoche, hora
de brujas si las hay...
Como él está ocupado, me da las indicaciones para ubicarla, reconocerla o vaya a saber qué. La Pasajera se llama
X, es “bajita”, comparte la mesa con una
pareja ubicada debajo de un aire acondicionado a la derecha del
salón y tiene el pelo rubio platinado al estilo de Luisa Albinoni ("actriz”
pulposa cuyo único mérito fue un personaje que repetía siempre: llamar a la
madre desde el teléfono público de una peluquería, decir “¡¡¡Hola Mamiiii!!!” y contar ingenuidades de doble sentido, con voz de pito).
Cuando entro al Bailable me doy cuenta de que: suena
una cumbia de letra pegadiza y monótona; no me acuerdo debajo de cuál aire
acondicionado estaba la cliente, y hay un montón de rubias platinadas que
comparte mesa con una pareja. Y, para peor, unas cuantas miran con ansiedad,
expectativa o lo que sea. Sí, ya sé: podría ser por mi aspecto de milonguero
recio, juvenil y buen mozo, pero también porque están esperando al bailarín de
alquiler. O sea, un servidor. Así que, con mi habitual viveza, mientras me
pongo los zapatos en una silla cercana a la entrada pero alejada de la pista, carpeteo
con discreción a todos los tríos ubicados del lado derecho de la pista entre el
1er y el 3er equipos de aire y logro restringir la
búsqueda a dos o tres grupos. Por fin, como no me queda otra, con aire
inocente me acerco a una mesa y pregunto; “Disculpe, ¿Ud. se llama X y contrató
un taxi dancer?” Ella, la falsa Luisa
Albinoni, contesta que sí, pero que tengo que sentarme a otra mesa porque el
marido de su amiga no sabe que me contrató a mí y entonces... etcétera. Otra vez
el viejo y conocido dèjá vu, la
sensación surrealista de: “Qué estoy haciendo yo acá”.
Trabajar, eso
estoy haciendo. Y en mi caso “trabajar” equivale a bailar. Así que bailamos.
Un par de tandas de tango, alguna que otra de vals, de
milonga. Para mi alivio, la pista se mantiene bastante vacía, y no tengo
que andar cuidando de no atropellar a -o ser atropellado por- otras parejas.
No, no baila demasiado mal, ése no sería el
problema. El problema es que, en efecto, ES bajita, su pelo platinado y bastante
armado queda a la altura de mi pobre ojo derecho, donde insiste en meterse,
irritándomelo a más no poder.
Bueno, nadie dijo que ganarse el Cielo era tarea
fácil...
Bailamos un poco más.
Por estar aislado en mi mesa puedo observar, cosa
que suelo disfrutar mucho. Y observo que, como la Selección “del Diego”
acaba de ganarle a Nigeria en el Mundial de Sudáfrica, hay clima de fiesta, para
mí, un poquitín exagerado y, a la vez, familiero. Algunos llevan camisetas
argentinas, y hay gorrobanderavincha. Vuvuzelas
no, pero sí unas cornetitas bastante rompepelotas, Alá sea loado...
Raro, la pista se mantiene vacía mientras suenan
tangos, valses y milongas. Hasta que vuelven a pasar cumbia: ahí sí, se llena a
más no poder, y el clima mundialista y cornetero, se descontrola. Si le sumamos
ese calor pegajoso de otoño trucho, la duración eterna de la tanda y que este humilde bailarín no soporta mucho la
cumbia vernácula, podrán imaginar que el “Qué estoy haciendo yo acá” ya suena
a sirena de trasatlántico...
Para completar
la velada, entra a escena E., quien viene
a traerme mis emolumentos y, por suerte, se pone a bailar con la dama. Así, les
da un descanso a mis pies, mis lumbares y mi orgullo. Eso sí, antes me relata sus
aventuras como migrante ilegal de México a los EE.UU., su paso por la prisión
de Texas, las peleas a piñas con sus compañeros de celda (Juro que, de verdad,
me dice: “No soy Van Damme pero me
defiendo”. Posta). Y que -agarrensén-
gracias a su viveza criolla y su ascendente sobre los antedichos, la gloriosa
CIA (o algo así), le ofrece transformarse en agente interno para buchonear a
futuros ilegales sudacas que quieran ir a ensuciar el patrio suelo
norteamericano. POSTA-POSTA.
Cierre
apoteótico para mi sábado de otoño. A casita a cortarme las venas con un
sahumerio de pachuli…
2 comentarios:
9Noooooooooooooo, no te suicides con el sahumerio, como me podes hacer eso?????????? no te das una idea como lloro de risa con tus anecdotas, sos u n capo loco!!!!!!!arditi del popolo ESPERO QUE SALGA MI MENSAJE!!
Y si! Estas cosas pasan, debe ser parte de lo bueno de este laburo: las sorpresas!
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