-¿Y se puede saber de qué demonios se reía, Señora Pobre? -tronó el juez. Hizo una pausa, meneó la cabeza, y agregó, ahora más afligido que severo-: ¿Cómo se va a reír así, en plena calle? ¡Con la inseguridad que hay! Seññoooraaa....
La Pobre se sonó la nariz, hizo unos pucheritos, y tratando de sonreír, respondió:
-Tiene razón, Sr. Juez. ¿Sabe?: cuando era chica, mi mamá, mi abuela, mi tío, todos me decían: "¡Sos una loca, vos!" -suspiro entrecortado-. Trataré de portarme bien, Su Señoría. No me reiré más en público.
-Así me gusta, doña Pobre. Vaya, vaya nomás.
Alguien lo vio enjugarse una lágrima con disimulo.
Con amor
Ana Silvia Mazía
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