¡Te han herido, mi amor!
Te han herido. Qué angustia, qué pena, qué...
Qué vergüenza...
Qué vergüenza para nosotros.
Invitaste a que te hirieran. Provocaste la herida.
Ay. ¡Cómo me duele tu herida! Cuánto me duele que te hayan
herido. Qué escarnio.
¿Cómo lo permitiste? ¿Más fuerte? ¿El agresor era más
fuerte? ¡Y no gritaste...!
Que nadie te ayudaría... ¿Cómo que nadie te ayudaría?
¿Sí, gritaste?
Ah, yo no estaba. O estaba con la mente en otra cosa. No
puedo estar alerta TODO el tiempo. Tengo otras cosas que atender.
Bueno, bueno, no llores.
¡Eh, no llores, que van a oírte!
Que no te oigan llorar, por favor.
Y... ¡porque es una vergüenza, por eso!
¿Ves? Eso es lo malo. Que no hayas hecho nada. ¿Y qué
podíamos hacer ahora?
Ya pasó.
Bueno, bueno, ya pasó.
Todavía te duele... Pero ya no sangra.
¿Infección? ¿Dónde? ¿Adentro?...
Ah, no, claro: angustia, rabia, inseguridad.
No saber.
¿Cómo dice el tango? “No saber cuánto valgo y quién soy”.
Quién soy.
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