Anécdotas de Un Taxi Dancer I
Imagínense la escena: baño de milonga bastante
conocida. La milonga aún
está cerrada. Uno entra, educadamente levanta la tabla, enciende la luz y, en
ese momento, una rata del tamaño de un gato de tres meses, tan sobresaltada como
uno mismo, deja lo que sea que estaba haciendo y sale disparada por entre las
piernas de uno, que no sabe qué hacer primero: si gritar, patearla o guardar lo
que tiene entre manos, por así decir. Segundos después, mientras uno, aún con
taquicardia, intenta terminar lo que había empezado, la rata decide que dentro
del baño está mejor (o quiere dar un último saludo, quién sabe), volviendo a
sobresaltarlo a uno, que ya no sabe cómo calmar el cuore. Finalmente, el cuadrúpedo decide salir de escena, no sin
antes dar unos graciosos saltitos al costado del inodoro en un insoportable
alarde de agilidad. Y uno, que sale salpicado y con las
pulsaciones a mil, pero con su mejor
cara de póker, tratando de mantener la imagen de recio milonguero.
No se gana para sustos...
Anécdotas de Un Taxi Dancer II
Día de semana, alrededor de las once de la noche, puerta de la
centenaria Confitería Ideal, a la espera de que llegue R., la dama inglesa que hace de intermediaria entre las
clientas/pasajeras y los taxi dancers.
Como siempre desde que empecé con esto, me pregunto
cómo será la que me toque en gracia. Sé, por lo que ella me adelantó por teléfono,
que son dos señoras "mayores", norteamericanas. Cuando por fin llega,
nos presenta: mi compañero de yugo es un sesentón bronceado ex profe de tae kwon
do. Las dos damas en cuestión SON, sin duda, norteamericanas -de Carolina del Norte o Virginia del Sur, o al
revés, y definitivamente
"mayores", pero, eso sí, vestidas como jóvenes milongueras cool y con muchas cirugías estéticas.
R.,
antes de presentarnos, cobrarles, pagarnos e irse alegremente, me avisa algo
que me hace correr un sudor frío por la espalda: las señoras tienen una energía
un poco, digamos, depresiva.
Mm... Ajá.
Entramos, nos sentamos, conversamos... poco, porque no
hay de qué y además el acento es un poco pastoso y, finalmente, bailamos. Eeh,
no, buenas bailarinas no son, lindas tampoco y jóvenes menos, aunque habrán sido ambas cosas alguna vez. No, tampoco es el mejor baile
de mi vida pero... en fin, para eso
estamos.
Pasa, lento, el tiempo y mi
sentimiento original de patetismo, ese que genera el tristemente famoso
"qué hace un muchacho como yo en un lugar como éste", combinado con
un toque de pena, se transforma en alarma cuando descubro que "la que me
toca en gracia" acaba de dejar el agua y le empieza a entrar al vino. Entonces, suceden dos cosas: una, que su equilibrio, ya de por sí precario, se
torna INESTABLE GRADO III, y dos, que empieza a ponerse, eh... un poquitín
coqueta, y mi alarma se vuelve pánico y ganas de que las tres horas se
terminen YA.
Último tango de la última tanda, de los últimos
quince minutos previos a la ansiada libertad, la luz al final del túnel.
Esquina derecha de la pista, cerquita del escenario y hasta de la mesa donde
estamos sentados los cuatro, como para que ni siquiera tenga que molestarse en
caminar demasiado, cambiarse los zapatitos y a casita... o al hotel, qué sé yo.
Los acontecimientos se precipitan -nunca mejor
dicho- y, parafraseando a Murphy, lo
que tiene que pasar, pasa:
El alcohol, la hora, la edad, el cansancio, alguna
silla traicionera, lo cierto es que algo no está funcionando bien porque de
pronto la vertical se transforma en diagonal descendente, se oye un
"¡Ayayayay!" en inglés, que suena bastante parecido y. al piso. Entiéndanme
bien: no es una simple caída, es un derrumbe, o más bien un hundimiento, tal
como de debe haberse hundido el HMS Titanic
hace casi cien años, arrastrando a un humilde servidor a los abismos de la
ignominia y la humillación. Por módica suerte, tal vez por la ubicación
relativa en la pista, parece que no demasiada gente se da cuenta del accidente,
al menos por las caras de "perro que tiró la olla", o de "perro
que está siendo sodomizado por otro perro", no sé si alguna vez se fijaron.
Sólo aparecen un par de personas para ayudarme a levantar el muerto, con perdón
por la comparación. Una vez recuperada la vertical, la venerable señora se apura
a farfullar "I'm fine, I'm
fine", lo cual en castizo quiere decir:
"Estoy bien, y no gracias
a vos, pedazo de bestia, abusador de señoras en desgracia, sádico, mal tipo y
mal bailarín...".
Bueno, eso es lo que yo me imagino, pero parece que no,
porque unos días después las damas deciden que quieren volver a bailar con
nosotros, o sea el sesentón bronceado, ex émulo del Karate (Old) Kid Daniel
San, y el purrete castigador.
Mirá vos.
Los caminos del Señor son insondables...
dice Marcelo Alejandro Mazía
(lee A.S.M.)
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