Imagínense la escena: baño de milonga bastante conocida -para ser más precisos: baño del restaurante, porque la milonga aún está cerrada-, uno entra, educadamente levanta la tabla, enciende la luz, y en ese momento una rata tamaño gato de tres meses, tan sobresaltada como uno mismo, deja lo que sea que estaba haciendo y sale disparada por entre las piernas de uno, que no sabe qué hacer primero: si gritar, patearla o guardar lo que tiene entre manos, por así decir. Segundos después, mientras uno, aún con taquicardia, intenta terminar lo que había empezado, la rata decide que dentro del baño está mejor (o quiere dar un último saludo, quién sabe), volviendo a sobresaltarlo a uno, que ya no sabe cómo calmar el cuore. Finalmente, la rata decide irse, no sin antes dar unos graciosos saltitos al costado del inodoro, en un insoportable alarde de agilidad. Y uno, que sale de dicho baño salpicado y con las pulsaciones a mil, pero con su mejor
cara de póker, tratando de mantener la imagen de recio milonguero.
Queda para otra vez la anécdota de la primera -y espero que única- caída en una pista de baile en quince años.
No se gana para sustos...
Marcelo Mazía, taxi-dancer